miércoles, 22 de julio de 2009

Ráfagas II

Ráfagas II

Hoy no sé leer el ritmo estúpido
del tiempo.

Y París se salta algunos semáforos.

¿ Oyes el azul intenso?
(mientras un silencioso Sena, se alivia
regurgitando y resucitando viejos retos)
la ciudad se acomoda en tus pupilas.

(¿Podré vivir sin ti?)

París continúa saltándose semáforos

Fumas con lentitud, mezclando aire y humo

en un sordo murmullo.


“¡Dios fuma tras de las montañas!”
(Xavier Villaurrutia)

Bebo la sal de tus poros,
vicio tibio que unta mis entrañas.
Y mi voz abre tus párpados, a oscuras.
¡Sacio por hoy mis dudas!

Horas

Tu miedo a soñar en soledad,
te acerca a mis costillas.
Odias las horas gastadas.
Olvidas tu sombra en la terraza,
y el reloj tamborilea en mi muñeca.
No se detiene. Nunca se detiene.
Se desahucia la tarde. Huele a nicotina.
Bebemos vino.
(Momento bukowskiano. Reímos)
Cesa la noche. Ya es domingo.
¿Leerá Dios la biblia?
Me preguntas.
Sales por esa puerta.
La mañana huronea a través de una rendija.
Escribo. Leo.
¿Acaso, me reinvento?
Descubro marcas de tus dientes,
en mis pechos.
Gasto el día. Café y cigarrillos.
Ya no escribo.
Y espero.

viernes, 5 de junio de 2009

Ráfagas

La tarde nos arrincona
y el Metro murmura bajo nuestras suelas.
En algún Boulevard los tilos ¿ tienen memoria?
Vuelven las horas repetidas.
Distintas.
¿Qué hay detrás del horizonte?
Besos planos.
( tu ADN se ensaña vaciando mis venas)
reventando mis huesos,
y la resaca palpita y rumorea .

lunes, 13 de abril de 2009

Virgilio, Katia y los geranios




Virgilio, ese gran fabulador que creó al héroe perfecto para satisfacer a su emperador, yace en su regazo con Eneas naufragando cerca de Cartago. Bello y feroz guerrero. Un héroe perfecto, casi humano, casi Dios. Con los ojos llorosos, le cuesta leer. Señala con un dedo, para no perder la línea. Sumergida en la tormenta que vapulea las naves del héroe, no repara que fuera las nubes oscurecen el día.
_¡ Mira mamá!_ grita Katia. Tiene casi cinco años. Ríe como si el mundo le perteneciera y estuviera plagado de tesoros. Agita un trozo de papel delante de su madre.
_¿ Qué has dibujado, cariño?
_ Un sol.
_Ahhh_ algo enorme, semejante a un sol y con rayos deformes ocupa toda la cartulina. Un amarillo espantoso casi la deja ciega._ Es precioso. ¿Pero para qué quieres un sol?_ la ternura inunda sus ojos.
Katia la mira incrédula. Menea la dorada cabecita ante la ignorancia de su madre. Apretando el dibujo contra el pecho, señala los geranios que están en la ventana.
_Es para las flores.
Se acerca con gracia y rapidez hacia los maceteros.
_¿ Veis que bonito sol?_ canturrea mientras sus manitas van poniendo el dibujo delante de cada geranio. Raquel sonríe._ Hoy no pasareis frío.
_ ¿Tú crees que mi sol les calentará, mamá?_ pregunta con esa inocencia todavía limpia e incorrupta.
_Claro que sí, es tan grande y brillante que les dará mucho calor.
Con dulzura se inclina sobre los geranios y canturrea. Los geranios brillan. Katia sigue cantando. Rebosa energía por los cuatro costados. En su mundo los geranios viven con un sol de cartulina.
_¡ Mamá, tengo hambre!_ grita alegre. Y guarda el dibujo celosamente entre sus cosas.
_Les he dicho a las flores, que el señor sol se ha ido de viaje, pero que yo cuidaré de ellas_ luego bajando la voz y tapándose la boquita susurra:
Es para que no tengan miedo.
Más tarde ambas, dibujan un cielo con estrellas y una luna gigante.
Las estrellas y la luna, también se han ido de viaje _ murmura Katia muy bajito, mientras deja la cartulina colgada con una pinza frente a los geranios dormidos.
Hace horas que Virgilio yace olvidado en el sillón. Raquel besa las pestañas de Katia. Eneas en vaqueros y camiseta, ronca sonoramente frente al televisor.


miércoles, 25 de marzo de 2009

Ignatius( la elección)

Dio un enorme bostezo, mientras la tarde entraba con parsimonia a través de la ventana. Caminaba con pasmosa lentitud, mientras las motas de polvo danzaban a su paso, como si tuvieran vida propia. Fatigado y gordo, daba pasos lentos. El calor lo estaba matando. En la terraza, el despiadado sol hacía de las suyas. Aquello ardía. Encontrar un resquicio de aire fresco, iba a resultar casi imposible. Cuando se acercaba a la temida terraza, una voz gastada por el tabaco y el ron, detuvo su marcha.
_¡Sal de ahí, inmediatamente!_ Dora, la dueña de esa voz casi aniquilada y su enemiga número uno, hablaba desde la cocina. Su reino. Un reino poblado por una cacofonía insufrible de cacerolas y vasos golpeándose entre sí. Una puerta se cerró con tal estrépito que estremeció su cuerpo blando y fofo . Cuando el sosiego volvió a su ser, se apoyó en el vano de la puerta. Dora murmuraba una retahíla impresionante de tacos, mientras un dedo esquelético provisto de una uña con restos de laca roja, carcomida y antigua, se paseaba por el ticket de la compra.
_ ¡Mierda, lo encontré! Aquí lo pone claramente, todavía puedo leer.
No por mucho tiempo_ pensó con malignidad Ignatius.
Ella siguió leyendo y bufando, mientras se rascaba la cabeza, cubierta por un cabello ralo, teñido un millón de veces. El efecto era devastador. Ahhh! Aulló casi con demencia, señalando el papel, aquí, aquí, puñetero pollo trufado! volvió a gritar ¡no estoy loca, ayer compré ese pollo trufado!
¿Que no está loca? _ se pregunto interiormente Ignatius. Pronto lo estará. Rió a carcajadas por dentro. Eso de reírse para adentro le estaba gustando.
Dora seguía soltando improperios, mientras bebía a morro del botellín. Ignatius suspiró.
_¿¿Dónde ESTA ESE JODIDO POLLO TRUFADO???_ su vozarrón retumbó por toda la casa, mientras removía todo lo que había encima de la mesa de la cocina. ¡Tiene que estar por aquí!!_ bramaba cada vez más indignada. Dio otro largo sorbo al botellín, mientras seguía son su letanía del pollo perdido. Menudo lingotazo, pensó Ignatius.
_¿Ah, y tú qué haces ahí, mirando?_ sus ojillos de rata le miraban con odio.
Pues pasaba por aquí_ contestó mentalmente, para luego añadir de la misma manera_ ¡Vivo aquí, o es que todavía no te has dado cuenta!. Ella seguía bebiendo cerveza mientras murmuraba por lo bajini _ ¡Estoy vendida, si no encuentro el puto pollo, el señorito me decapita!
El reloj de diseño, marcó la hora. Ya hacía un rato que a Dora se le mezclaban la saliva, la cerveza y las palabras. Iba dando bandazos por la cocina. Menuda cogorza, sentenció Ignatius. Pensó en hacerle una zancadilla. Algo en la mirada de Dora, le detuvo. Esa mirada torva y alcoholizada le dio miedo. Huyó pesadamente hasta el salón, mientras las motitas de polvo bailaban a su alrededor.
_ Lo que daría por un pitillo_ se dijo Ignatius, escondido detrás de la puerta. Un cigarrillo, de esos que se liaba el pijo de César. Ese humo llegando a los pulmones ahh, que delicia. Casi lo podía oler. Abrió los ojos y¡ allí estaba ella! repanchingada en el sofá, con el mandil encima del chándal y descalza (podría visitar al podólogo de vez en cuando) ¡ y fumando los cigarrillos favoritos de su patrón! Ah, que guarra. No contenta con vaciarle la nevera, se fumaba los habanitos de Pedro, los que le había regalado su amiga cubana Elia o algo así. Hermosa mulata de grandes tetas. Escondido detrás de la puerta, sentía que el corazón le iba a explotar de indignación. Doña Pelos Devastados, fumaba con fruición. El olor del tabaco impregnaba toda la estancia y el pelo de Ignatius, que miraba con desesperación a la mujer que se había levantado haciendo eses y ¡ estaba abriendo el minibar!
_Umm, un poco de vodka ruso… ale! Esto servirá._ Con la botella en la mano, abrazada literalmente a ella emprendió el camino hacia la cocina. ¡ Hostias, casi se me olvida! Dijo con voz gangosa mientras se daba la vuelta.
_¡Si el señorito quiere pollo trufado, tendrá su maldito pollo trufadoo! _Caminaba en zigzag por el salón.
Buscaba algo.
Con los ojos extraviados por el miedo, Ignatius respiraba con dificultad. Aún seguía detrás de la puerta, y no las tenía todas consigo. Sentía ganas de estornudar. Intentó recordar los salmos de la Biblia, pero le era imposible. Pelos Devastados se acercaba con decisión hasta donde se encontraba él.
Tembló detrás de la puerta. Pronto sería pasto de las llamas, literalmente.
Ahora era un ser fofo e indefenso. En manos de una cocinera alcoholizada y desesperada. ¿De qué le serviría utilizar la famosa llave de kárate en este momento? Para que Pelos Devastados, se revolcara por el suelo de la risa.
Después del fatal accidente, cuando caminaba con el traje de Armani, destrozado y colgando de sus brazos, el reloj hecho polvo y sin zapatos. Se le acercó una figura con tranquilidad. Sonrió con todos sus dientes. Aquello debió de llamarle la atención, pero estaba tan desorientado, le parecía que llevaba horas andando por ese camino, sin ver a nadie. Aquel ser, volvió a sonreír mostrando toda su dentadura, perfecta.
Le habló con lentitud de toda su vida. Le señaló sus errores , y su sonrisa se convirtió en sonrisita, también debió llamarle la atención. Parecía un chamán de esos que salían en la tele. Algo estrafalario, no paraba de hablar. Cuando ya creía que los pies se le congelarían y el cerebro ya no podría aguantar una parrafada más, el brujo estrafalario dijo algo que hizo que abriera los ojos prestando total atención.
Podrías tener una nueva oportunidad_ susurró lacónicamente. Emitió una risita mientras esperaba su reacción. Le explicó el método para conseguir esa nueva oportunidad. César , miró su traje destrozado y sus pies sin zapatos. Accedió.
Solo tienes dos segundos_ sentenció el ser y desapareció.
Solo y asustado, repitió lo que había memorizado y se lanzó al vacío. Tenía que ser rápido. Estaba dentro de un coche y el conductor parecía mortalmente herido. Pero no estaba solo. Allí había otras almas como él , que esperaban su turno. César dio codazos intentando llegar al hombre. De nada le sirvió, a empellones se vio echado en el otro asiento. Allí algo llamó su atención. Un gato gordo, bufaba. ¡Qué más da! Pensó César, mientras entraba en el cuerpo del felino.
Ahora sabía que no había sido buena idea.
Se miró con resignación. Su pequeño cuerpo, cabría en la bandeja del horno.
Después de todo, ese pollo estaba malísimo. Nada más comerlo, echó la pota. No merecía la pena tanto alboroto.