Diez
Ovejas
Alba temblaba bajo el agua de la ducha. Se frotó con
vigor varias veces hasta asegurarse que no quedaba resto de sangre en sus
manos. Además del nerviosismo que no la había abandonado desde que entró en
casa de su amiga fallecida, otra
inquietud la embargaba. Más ligera, pero no menos importante. El agente ante el cual prestó declaración, la sometió a
intensos escrutinios mientras ella relataba los sucesos de esa madrugada. Sus ojos
apagados parecían capaces de traspasar
cualquier muro. A pesar de estar viviendo unos de los peores momentos de su
vida, una risa nerviosa escapó de su boca al recordar el apellido que había
dicho cuando se presentó, Diez Ovejas.
Dentro de la comandancia, el susodicho miraba la
declaración de Alba, mientras pensaba
que era una lástima no poder invitarla a un café. Sospechosa de asesinato nada
menos. ¿Porqué las criaturas más bellas suelen llevar el mal pegado a sus
espaldas? Apagó el monitor y se estiró cuan largo era. Le dolían hasta las
cejas. En unos minutos llegaría su relevo. El agente Pacheco. Intuitivo,
rastreador nato. Leal y buen amigo. No quería que viese esa luz que se había
encendido en sus pupilas. No era nada bueno que viera esa mirada tan vívida.
Porque sabía que estaba perdido. Pacheco sin decir una palabra haría que le
contara los acontecimientos de esa noche y con un asomo de sonrisa torcida le
indicaría que iba por un camino sin retorno. Mostraría su cara, como esos
viejos carteles de la carretera, silenciosos y ajados a un lado del mundo. Esos
a los que nadie le echa más que una breve ojeada, pero su presencia allí es
fundamental para no perderse en encumbrados callejones sin salida. Cuando asomara el día, dejaría que soltara la lengua
con un descafeinado de cincuenta
céntimos y se quedaría tan ancho.
Tienes que decir la verdad
´¿
Pero qué verdad?’
Esa verdad
Se despertó sobresaltada, mientras recordaba esas
palabras producto de un mal sueño. Necesitaba la verdad para que el crimen de
su amiga se resolviera cuanto antes y no
quedara impune como tantos otros asesinatos. ¿Pero qué verdad? Ella no
recordaba que había sucedido en casa de Clara, después de haber descubierto el
cadáver.
El agente Diez Ovejas no dejaba de aparecer en su
mente. No solo utilizaba esos ojos de un color apagado, pero asombrosos cuando
se posaban en ella. También el resto de su cuerpo la observaba con intensidad.
El recuerdo del color de la sangre entre
sus dedos la devolvió a la realidad y pensó que era una lástima no poder tomar un café con ese policía. Se sentía
extrañamente protegida a su lado.