miércoles, 3 de abril de 2013

Cuentos de niños



 

La cama crujió. _No me dejas dormir_ protestó  la abuela. El niño cerró los ojos. Ella hacía años que había muerto.

domingo, 31 de marzo de 2013

Diez Ovejas ( extracto de Sangre en la Puebla, intento de novela)


Diez Ovejas

 

Alba temblaba bajo el agua de la ducha. Se frotó con vigor varias veces hasta asegurarse que no quedaba resto de sangre en sus manos. Además del nerviosismo que no la había abandonado desde que entró en casa de su amiga fallecida,  otra inquietud la embargaba. Más ligera, pero no menos importante. El agente  ante el cual prestó declaración, la sometió a intensos escrutinios mientras ella relataba los sucesos de esa madrugada. Sus ojos apagados  parecían capaces de traspasar cualquier muro. A pesar de estar viviendo unos de los peores momentos de su vida, una risa nerviosa escapó de su boca al recordar el apellido que había dicho cuando se presentó, Diez Ovejas.

Dentro de la comandancia, el susodicho miraba la declaración de Alba,  mientras pensaba que era una lástima no poder invitarla a un café. Sospechosa de asesinato nada menos. ¿Porqué las criaturas más bellas suelen llevar el mal pegado a sus espaldas? Apagó el monitor y se estiró cuan largo era. Le dolían hasta las cejas. En unos minutos llegaría su relevo. El agente Pacheco. Intuitivo, rastreador nato. Leal y buen amigo. No quería que viese esa luz que se había encendido en sus pupilas. No era nada bueno que viera esa mirada tan vívida. Porque sabía que estaba perdido. Pacheco sin decir una palabra haría que le contara los acontecimientos de esa noche y con un asomo de sonrisa torcida le indicaría que iba por un camino sin retorno. Mostraría su cara, como esos viejos carteles de la carretera, silenciosos y ajados a un lado del mundo. Esos a los que nadie le echa más que una breve ojeada, pero su presencia allí es fundamental para no perderse en encumbrados callejones sin salida. Cuando  asomara el día, dejaría que soltara la lengua con  un descafeinado de cincuenta céntimos y se quedaría tan ancho.

Tienes que decir la verdad

´¿ Pero qué verdad?’

Esa verdad

Se despertó sobresaltada, mientras recordaba esas palabras producto de un mal sueño. Necesitaba la verdad para que el crimen de su amiga se resolviera cuanto antes  y no quedara impune como tantos otros asesinatos. ¿Pero qué verdad? Ella no recordaba que había sucedido en casa de Clara, después de haber descubierto el cadáver.

El agente Diez Ovejas no dejaba de aparecer en su mente. No solo utilizaba esos ojos de un color apagado, pero asombrosos cuando se posaban en ella. También el resto de su cuerpo la observaba con intensidad. El recuerdo del  color de la sangre entre sus dedos la devolvió a la realidad y pensó que era una lástima no poder  tomar un café con ese policía. Se sentía extrañamente protegida a su lado.

jueves, 7 de marzo de 2013

Trazos del amor inédito


 
Bajo la espesura de la sangre

( tenía más miedo que tú)

nuestros miedos se tutearon

en un muestrario de risas

atontadas

Era viernes ¿recuerdas?

Los nervios en la saliva,

tu nombre en mis páginas marcadas.

La Tierra con pasos tibios

abrió la puerta

-danzamos solo en uno-

Finalmente habíamos llegado

Teseo nunca perdió el hilo...

lunes, 25 de febrero de 2013

Los nuevos




 
Los pasos se acercaban por el pasillo. Un ojo se apoyó al otro lado de la mirilla. Son los vecinos nuevos, murmuró la puerta. Y echó la llave.

sábado, 9 de febrero de 2013

Sombra temporal


Cuando el hombre se perdió por el camino, su sombra al fin pudo sentarse debajo de aquel árbol centenario.

martes, 5 de febrero de 2013

Nunca creas en los cuentos de una Circe I



 

Una voz limpia

bajó por la calle dormida

con el nombre de lo eterno;

escrito en esa señal que nos lleva hasta el otoño.

 A veces el tiempo espera ensimismado

cuando fumas en la terraza y yo bajo la basura.

He visto estatuas que latían

con el pulso antiguo de los volcanes silenciosos.

Como cuando era niña

y las mujeres amaban con ojos cerrados

-esperando algo que tardaba en llegar-

En las solapas de tu carne

una Circe rabiosa escondió las cuerdas del mástil

escúchame  bien:  si - a ti-  Circe rabiosa,

no es necesario desnudarse  para atrapar las olas.

Yo que unté con mis pies, las moléculas apretadas

del asfalto

Te he esperado  con la sal dormida en mi vestido

Pero nunca te he preguntado porque has tardado tanto.

 

 

domingo, 3 de febrero de 2013

Bajo la sombra del magnolio (ensayo de la vida)


 
El domingo pasa lento como todos los domingos. Austero y predecible como ese viejo que se sienta en el banco de la esquina. Apagado , in extremis. Con  el sol  ignorante, encendiendo la nieve de su pelo e hinchando las venas azules de sus manos manchadas .  La piel fina y brillante de los desahuciados de ilusiones.  En la tumbona todo parece demasiado quieto. A pocos centímetros de mis chanclas, una hilera de hormigas, mortalmente disciplinadas cargan multitud de cosas insólitas. Bruce Willis duerme con los ojos abiertos. Chuck Norris chapotea en un latón hasta arriba de agua.   Un día aparecieron graznando con tan poca gracia, que apenas pudimos objetar cuando decidieron instalarse bajo el magnolio centenario.  Creíamos que estaban moribundos.

Al cabo de una hora, ellos se paseaban por todo el patio.   Olga preguntó ¿Les gustará  el cocido? Ese día no sobró comida.

‘Echo de menos las moscas’, dijo ella,  tres días más tarde. Se habían comido la basura.

A veces tengo la impresión que se chotean de nosotros. Desde el principio, por supuesto.

  Un portazo hace temblar las paredes y sacude la tarde, mientras las hormigas persisten en su arduo trabajo de transportar mercancía babilónica. Nada las aparta, salvo un pisotón ocasional.

Olga viene furiosa.

 Los gorriones que toman su baño de arena negra, alzan vuelo espantados. Y desde la torre del cableado eléctrico, nos miran pardos y  silenciosos.  Yo suspiro y espero. Espero la réplica de la torre, como una venganza anunciada…

Tose  y jadea sin perderme de vista.

‘Habla de una puñetera vez’, le digo mientras jadeo como ella. Lo hago sin darme cuenta. Los gorriones más pardos que nunca, no pierden detalle. Allí arriba, uno al lado del otro, saben esperar.

‘A ese amigo tuyo, el Jesús, no lo aguanto’, con los pelos de  las cejas apuntando hacia el cielo y  los ojos verdes llenos de tormenta, menea la cabeza  furiosa.

 _ ¡No- aguan-to- su- op-ti-mis-mo!_ vocaliza de forma exagerada, para reforzar la frase. La tarde traquetea somnolienta y las sombras  sueñan  a los pies de los  viejos magnolios. El  cielo se ve tan azul que parece irreal. Libre de nubes y Chemtrails.  Ahíto de sol.   

 

El mesías ha llegado, señalo con malicia. Ella se endereza resoplando. Jesús, desaliñado y tan alto como un árbol se acerca sin prisas. Entre sus largos dedos sostiene una fuente de comida.

¿Vas a endiñarle ahora? _ le azuzo dándole un codazo nada disimulado.

_Ahora no_ responde ella_ Quiero esos spaguettis.

¿Qué hay,  qué hay? Siempre afable y dicharachero. Olga y yo, gruñimos un saludo nada alentador.

¡Os veo, la mar de contentos!, vocea sin perder la sonrisa,  deja la fuente en la mesita sucia y se limpia el polvo que tiene en los dedos, con el borde del bañador.

 Más espabilados que nunca, los patos se arriman a la mesa. Con osadía.  Olga y su cigarro parecen dormir. Jesús ha entrado al interior de la casa a por los platos y cubiertos de  cuando  la casa aún desbordaba vida. Ahora ya no importa nada. Reparte la comida con rapidez y precisión. Por algo es el  carnicero del pueblo. Sentado en una banqueta desvencijada, mastica con apetito. 

 Los patos  también mastican. Olga y yo devoramos.  El sol late con todo su poderío. Ahora todos crujimos, pero de calor…