domingo, 3 de febrero de 2013

Bajo la sombra del magnolio (ensayo de la vida)


 
El domingo pasa lento como todos los domingos. Austero y predecible como ese viejo que se sienta en el banco de la esquina. Apagado , in extremis. Con  el sol  ignorante, encendiendo la nieve de su pelo e hinchando las venas azules de sus manos manchadas .  La piel fina y brillante de los desahuciados de ilusiones.  En la tumbona todo parece demasiado quieto. A pocos centímetros de mis chanclas, una hilera de hormigas, mortalmente disciplinadas cargan multitud de cosas insólitas. Bruce Willis duerme con los ojos abiertos. Chuck Norris chapotea en un latón hasta arriba de agua.   Un día aparecieron graznando con tan poca gracia, que apenas pudimos objetar cuando decidieron instalarse bajo el magnolio centenario.  Creíamos que estaban moribundos.

Al cabo de una hora, ellos se paseaban por todo el patio.   Olga preguntó ¿Les gustará  el cocido? Ese día no sobró comida.

‘Echo de menos las moscas’, dijo ella,  tres días más tarde. Se habían comido la basura.

A veces tengo la impresión que se chotean de nosotros. Desde el principio, por supuesto.

  Un portazo hace temblar las paredes y sacude la tarde, mientras las hormigas persisten en su arduo trabajo de transportar mercancía babilónica. Nada las aparta, salvo un pisotón ocasional.

Olga viene furiosa.

 Los gorriones que toman su baño de arena negra, alzan vuelo espantados. Y desde la torre del cableado eléctrico, nos miran pardos y  silenciosos.  Yo suspiro y espero. Espero la réplica de la torre, como una venganza anunciada…

Tose  y jadea sin perderme de vista.

‘Habla de una puñetera vez’, le digo mientras jadeo como ella. Lo hago sin darme cuenta. Los gorriones más pardos que nunca, no pierden detalle. Allí arriba, uno al lado del otro, saben esperar.

‘A ese amigo tuyo, el Jesús, no lo aguanto’, con los pelos de  las cejas apuntando hacia el cielo y  los ojos verdes llenos de tormenta, menea la cabeza  furiosa.

 _ ¡No- aguan-to- su- op-ti-mis-mo!_ vocaliza de forma exagerada, para reforzar la frase. La tarde traquetea somnolienta y las sombras  sueñan  a los pies de los  viejos magnolios. El  cielo se ve tan azul que parece irreal. Libre de nubes y Chemtrails.  Ahíto de sol.   

 

El mesías ha llegado, señalo con malicia. Ella se endereza resoplando. Jesús, desaliñado y tan alto como un árbol se acerca sin prisas. Entre sus largos dedos sostiene una fuente de comida.

¿Vas a endiñarle ahora? _ le azuzo dándole un codazo nada disimulado.

_Ahora no_ responde ella_ Quiero esos spaguettis.

¿Qué hay,  qué hay? Siempre afable y dicharachero. Olga y yo, gruñimos un saludo nada alentador.

¡Os veo, la mar de contentos!, vocea sin perder la sonrisa,  deja la fuente en la mesita sucia y se limpia el polvo que tiene en los dedos, con el borde del bañador.

 Más espabilados que nunca, los patos se arriman a la mesa. Con osadía.  Olga y su cigarro parecen dormir. Jesús ha entrado al interior de la casa a por los platos y cubiertos de  cuando  la casa aún desbordaba vida. Ahora ya no importa nada. Reparte la comida con rapidez y precisión. Por algo es el  carnicero del pueblo. Sentado en una banqueta desvencijada, mastica con apetito. 

 Los patos  también mastican. Olga y yo devoramos.  El sol late con todo su poderío. Ahora todos crujimos, pero de calor…

 

No hay comentarios: